08 junio 2007

En busca de la soledad perdida



Se suele decir que fue Salinger quién promulgó que "el arte debe ser monástico". Sea como fuere, y sin dudar excesivamente de la autoría, la idea del artista alejado del mundanal ruido, vallado de cualquier confilcto cotidiano, es uno de los ideales artísticos más recurrentes.

Salinger se emancipó del mundo a lo bartleby; Van Gogh inventó su soledad rodeado de putas, absenta y desesperación; Goya se quedo sordo de tanto horror. Baudelaire creo sus imitados paraisos artificiales y muchos otros confundieron el retiro con el suicidio.

Leo en A critical Cinema, volumen 5 y punto final de las entrevistas de McDonalds a cineastas independientes -o como él los bautiza, "críticos"- una entrevista a Nathaniel Dorsky. Retoman la idea de la reclusión del artista. La necesidad del encapsulamiento como motor de la creación artística. Después de muchos rodeos McDonald termina comentando, y traduzco con toda la libertad de la que soy capaz: "No puedes ser monástico sin un mundo al que dar la espalda"

Me gustan estas sentencias que remiten a los contrarios. La iniciática es la del cielo y el infierno pero la realidad está llena de estas miradas que juegan con la exclusión. Así, y como dijo un alemán, los ateos son los que más hablan de Dios; los católicos son los que más hablan de sexo (y que sería del sexo sin un poco de culpa católica); los demócratas se inflan la boca con el terrorismo y los terroristas con la democracia. La riqueza no sería posible sin la pobreza... Y sí, el cine sonoro inventó el silencio.

No hay soledad posible sin esa jauria humana de la que somos partícipes.

Otro día contaré más sobre Nathaniel Dorsky a propósito de unas misteriosas bolsas de plástico duplicadas.

Han adivinado bien, la foto es de baudelaire sentado en su butaca preferida




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