23 octubre 2007

"the eye of the duck"


Al señor Lynch se le quiere mucho por estos lares. Un post suyo casi inaugura esta bitácora. Más tarde apareció en una fotografía tomada en el Barrio Alto lisboeta. Ahora reaparece para hablarnos de algunas de sus teorías y sus bizarros pensamientos, pero sobretodo de su famoso "ojo del pato".





Descubrí a Lynch con Blue Velvet. Era joven e imberbe y aunque ya sabía que habían matado a liberty valance y podía distinguir a Jean Arthur de Barbara Stanwick y viceversa, no tenía tan claro la idea de que el cine era arte con todo la pesada carga que eso conlleva. Blue Velvet fue mi primera película "artística". De "autor" si se prefiere este término tan redundante. Viéndola se tenía claro que lo que contaba no era tan importante que el cómo se contaba. Era obvio que había un señor tomando una decisiones artísticas. Alguien, sentado en una silla, con visera y megáfono, manejando los hilos.

Estuve obsesionado con esa película. Me destrozó cualquier conato de inocencia hacia el cine. Desde Blue Velvet exigía más. Eran finales de los ochenta, años de muy buen cine en televisión. Mucho Hitchcok por la tele, mucho cine-club con ese tío que prologaba las películas hablando tan rápido. Con el retrovisor puesto veo lo parecida que podía ser Blue Velvet de otras películas de Hitchcok. Todo eso de la oreja es el más inmenso mcguffin creado desde la desaparición de Sir Alfred. Y ese pueblo americano, tan parecido al de La Sombra de una duda. Más. El pobre Kyle MacLachlan tan voyeur él. Un james stewart con patas pero igual de aturdido. Con esos ojos pegados a mirillas ajenas. Para más inri espiando a la hija de Ingrid Bergman. Y Badalamenti es el Herrman de Lynch. Ah, y según dicen, hasta el señor David Lynch hace un cameo vocal en la película.

Todo tan coincidente pero a la vez tan diferente. Un Hitchcok maravillosamente enfermizo.

Blue Velvet es mi lynchometro. Si su cine evoluciona o involuciona, si está matando una etapa e iniciando otra... todas esas distinciones se filtran a través de Blue Velvet. Son los extraños pasos imitando a una gallina de Maclachlan (mierda de nombre), los impertinentes jadeos de Hopper anunciando que papá llega a casa, la candidez derniana, o el deslumbrante karaoke orbisiano. Es en todas esas cosas en lo que pienso cada vez que veo una nueva película de Lynch.

No la vi en cine sino en video. Vivía en un pueblo atestado de paletos que solo tenía una sala de cine (recuerdos a la taquillera) la cual parecía competir por traer toda esa miriada de películas que producía Spielberg -y que tanto han hecho por disminuir la edad mental universal- lo más tarde posible, o al menos un par de semanas antes de que las pasaran por la tele. Blue Velvet era un deshecho de un video club donde saldaban extintos betamax. De la quema mi hermana se trajo un lote (El padrino, Daisy miller, El golpe... y otras cuyo nombre....) Medio regaladas de tanto que estorbaban. A veces pienso qué hubiera pasado si en ese lote estuviera Dune y no el Terciopelo azul.

El contexto lo es todo. Y la casualidad. Si ese día no hubiera llovido...




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