09 marzo 2008

El mal de Vilamatas


Leo Elegias íntimas. Instantáneas de cineastas (textos Documenta /edición Hilario J. Rodríguez). De inicio sorprende por el carácter enciclopédico, por esa ilusión por querer explicar todo. Poco a poco aparece la habitual pleitesía godardiana. Esas reiteradas loas que le convierten en el reclinatorio de moda de principios de siglo. Hasta títulan los apartados con la maldita (s) de las historie(s). Cuando Godard muera habrá que esconderse en algún lugar; refugiarse de la tormenta de ensayos en torno al suizo. Triples números de Cahiers, blogs en perpetuo luto, las filmotecas a media asta...
Ahí el libro se torna predecible. Reseñas de autores encumbrados (elogios instantáneos) y mucha información. Todo muy bostezable. Algunos datos son curiosos. Me entero, por ejemplo, que Melies, en plena indigencia, tuvo que vender parte de sus filmaciones para ser transformadas en peines; y me imagino a alguien peinándose con los trucajes de Melies. O me imagino a ese personaje de El Angel exterminador que solo se peinaba por un lado, ¿sería el lado Melies? Y pienso: ¿es Melies un Van gogh cinético?




Súbitamente el libro pega un salto de calidad. Aparece la literatura. Vilamatas. El editor debio medir mejor la aparición del escritor que con un par de frases ágiles deja en ridículo a sus predecesores1. De repente entra la literatura. No solo el dato, o la opinión. La literatura.

El texto de Vilamatas ("Un tapiz que se dispara en muchas direcciones") rememora la creación de la ya mítica Bartleby y los demás. Vilamatas recuerda su proceso creativo, dejando como siempre que sus reflexiones se tinten de recuerdos instantaneos, de futuras ficciones y hasta de desesperados intentos por enfadar a su mujer en pos de la intromisión biográfica. Todo muy metartístico.

Cualquiera que haya leido Bartleby sabe que es irreprimible la idea de completar el libro. Se convierte en una novela actualizable. Un texto que hace pensar. Que fuerza a la curiosidad. Un poco a la medida de todos los personajes vilamatianos que nos invitan en sus juegos reflexivos. Aun prefiriendo su Historia abreviada de la literatura portátil, Bartleby y compañía es más redonda. Bartleby se convierte en un método de entendimiento artístico. Entender el arte por medio del rechazo. Del No.

El mal de Vilamatas. Saber que su novela, esa contabilidad de artistas de la negación, no tendrá fin. Que siempre habrá más y más escapistas. Y que todo el mundo querrá añadir autores a este listado del no.

El artista que no crea. El pintor sin cuadros. El artista que se abandona. Marcel Duchamp tratando de olvidar el arte, refugiandose en el ajedrez. Imposible ejercicio: si los demás te creen artista, nada, ni siquiera una chimenea mal apagada, podrá evitarlo.

Cuando Greta Garbo se hartó de ser Greta Garbo.

Todos tenemos nuestros bartlebies- Se ha dado el caso de escritores que deseosos por figurar en la lista han dejado la escritura, en voz alta, gastando sus últimos alientos literarios en una carta autoinculpatoria dirigida al escritor catalán.

Y es que a Vilamatas no le piden autógrafos por la calle, ni le suplican dedicatorias en el autobús de la linea 24; no, le nombran bartlebies. Madres que se acercan jurando que sus hijos son escritores frustrados, proyectos de genio aparcados en la indolencia. Yo apunté en su día muchos. Uno en negrita. Neil Cassidy. Imperdonable ausencia. Yo quitaría a Pepín Bello y metería al Moriarty de la carretera. También apunté a Hubert Selby, y a Kennedy O´Toole. Por lo visto tenía un grave problema de lectura con Anagrama.

¿Y los Bartlebies de ficción? A Vilamatas le recuerdan al Sam Torrance de El resplandor, encallado en un vulgar refrán; o al escritor de Dias sin huella. Ese Ray Milland embotellado. Incapaz de pasar del título. Película, por cierto, dirigida por un bartleby obligado, un Billy Wilder que al no estar asegurado no dirigió nada en sus últimas dos décadas (nadie le quiso nacionalizar o inyectar confianza. Era, en palabras presentes, un bono basura de Hollywood). Los ejemplos ficticios bordean más la incapacidad que la renuncia expresa. Son la consecuencia de una lucha fallida. Son más trágicos que románticos. Menos libres. En la ficción nos encontramos con un folio en blanco. La realidad, sin embargo, es un folio arrugado, manoseado, que se prepara su destino en la chimenea de Duchamp. Otro Bartleby de ficción. Alain Leroy, el abatido escritor de El fuego Fatuo (Louis Malle, 1963). En su caso la relación entre dejar de escribir y dejar de vivir es total. Dejar de escribir es dejar todo.

Los Bartlebies del séptimo arte- Al empezar la lectura de Vilamatas creía que iba a iniciar un recuento de los bartlebies del cine. Un catálogo de directores de corto recorrido. De carrera cortocircuitada. Esos directores anclados en una opera prima. Que decidieron dejarlo todo, o al menos el cine. .

Bartlebyes cinéticos. Por una bobina de 8 milimetros nombren directores bartlebyanos, por ejemplo Ivan Zulueta. Un, dos, tres, responda otra vez:

Ivan Zulueta...




Tres frames extirpados de Ivan Z(Andrés Duque)


Ser Bartleby en el cine no merece la pena. Es demasiado fácil. El cine brinda mayores posibilidades al escapismo. Demasiadas oportunidades para negarlo. Renuncias más impuestas por el sistema que por el individuo. Volvemos a terrenos más trágicos que románticos.
La falta de talento, la falta de presupuesto, la incomprensión ajena, la compresión ajena... uno deja el cine porque ese día tocaba suicidarse, o porque una enfermedad mortal se interpuso en el montaje final. Pienso en Einsenstein, o en Welles, dos bartlebyes en potencia. Filmadores compulsivos que chocaron con molinos demasiado escarpados. Pienso en Vigo y su maldita tuberculosis que dejo huerfano al realismo poético. O la pasividad forzosa de Erice. El retiro vampírico del mencionado Zulueta. Melies y Maya Deren acuciados por las deudas. Charles Laughton y su incomprendido cuento de hadas. James Whale... Todos ejemplos medio validos ya que todos hubieran querido filmar más.

Tardé un rato en dar con un verdadero Bartleby del cine: Vilamatas.




VALERY. Vilamatas pronto comprendió que Bartleby era un método y no una novela como Anagrama pensaba. Era un sistema inagotable encerrado en la gran pregunta ¿Por qué escribo? ¿Por qué hago arte? Y si la respuesta es afirmativa, explayese por favor...
Vilamatas da la razón a Valery cuando éste afirmaba que las obras no se acaban, que se abandonan. El propio Vilamatas se convierte en un Bartleby que primero dejó de filmar y más tarde dejó que las aventuras del oficinista Marcelo se interrumpieran sometidas a estrictas fechas. Ordenó acabar el libro y desde ese momento surgió el Mal de Vilamatas.

Ahora que intento acabar una película siento el mismo vértigo. Entender que las cosas no se acaban. Que en mi caso se mandan renderizar. Una película nunca acaba, ni principia. Es un trozo de vida, sin más, que hay que saber extirparse. O donar. Un trozo que se sustituye por otro.

El abandono. Decir no a la obra.



Frame de Found People Movements (work in progress)



THE END- Un presunto bartleby. McClaine y su The end.


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